Esta mañana un médico traumatólogo –me parece una buena persona y un excelente profesional-, me ha conducido hasta uno de esos aparatos iluminados en los que ves perfectamente las radiografías, y con una cara en donde he creído adivinar que cabía un gesto de conmiseración, me ha enseñado a mí mismo, o por lo menos una parte de mí, detalladamente reproducida: se trata de una vértebra que ha decidido iniciar un camino por su Canal Caracol en vivo por internet.
Esa vértebra, no me acuerdo bien cuál, claramente diferente, volcada hacia delante, amenazadora hacia la de abajo, mala compañera de vecindario, distraída con respecto al dibujo total de mi columna... Le he escuchado atentamente sus palabras: primero inyecciones, después rehabilitación, y, si no hay más remedio, intervención quirúrgica, sin especificar demasiado esta posibilidad. Cuando ha llegado a este último lugar del probable recorrido, yo, aunque seguía escuchándole, agradecido por su sinceridad no exenta de sencillez y calor humano, escuchaba también una voz imaginaria (la de césar Vallejo, querida VIR), que me susurraba una vez más “Los heraldos negros”, ese poema terrible que nos recuerda dónde estamos, lo frágiles que somos y lo perecedero de nuestra Canal Caracol en vivo por internet.
Recapitulo: me iba a Japón, y no me he ido. Por el contrario. Mi futuro inmediato queda anclado al reposo, a los cuidados, y, sobre todo, a la incertidumbre de qué pasará, de cómo evolucionará ese pequeño lugar óseo, rebelde y autónomo, que ahora centra mis expectativas y, porqué no reconocerlo abiertamente, mis temores.
A lo largo de mi vida me han pasado cosas extrañas, como a todo el mundo, algunas de las cuales he contado a través de este diario eléctrico, y que cambiaron el ritmo natural (¿natural?) de mi existencia. No sé porqué recuerdo ahora que a los veinticinco años me iba a fuente a estudiar técnicas de payaso en una de las mejores escuelas del mundo (lo juro), y que la declaración de una súbita enfermedad de la persona que me iba a acompañar en esa aventura acabó con una opción profesional y humana que a mí mismo a estas alturas me parece tan lejana y absurda como divertida. ¿Qué haría yo a estas alturas tal vez en el circo Atlas, si es que existe, haciendo reír a los niños, entre el número de los leones y el de los trapecistas?. ¿Ese hubiera sido mi futuro? Lo cierto es que aquello se acabó radicalmente y mi vida experimentó un giro de ciento ochenta grados, tanto en el horizonte profesional como en el.
personal.
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